El liderazgo
El liderazgo requiere el dominio de las relaciones entre varias personas, percepciones, capacidades y motivación. El líder tiene la oportunidad de influir en los demás.
Existe el enfoque tradicional basado en la inteligencia, conocimientos, ambición y honestidad, que buscan la realización de la tarea a través de la autoridad, estructura y controla las funciones del personal. Un enfoque más actual es el relacional, el líder que establece objetivos y recompensa su consecución, explica y motiva la necesidad de cambios en busca de la mejora de procesos, logra un seguimiento voluntario de su autoridad gracias a la capacidad de delegar funciones y a la capacidad de escucha activa generando confianza entre los miembros de la empresa[1].
El aspecto ético del líder puede ser determinante, para trabajadores o colaboradores, a la hora de decidirse en el seguimiento del directivo. Se pone de manifiesto así que no sólo la capacidad técnica es la base del buen líder sino que la inteligencia emocional, el equilibrio como individuo, la capacidad de juzgar, prudencia e integridad son cualidades dignas de ser seguidas y todas ellas son cuestiones éticas.
En los enfoques relacionales se obtiene un auténtico liderazgo dado que la motivación de los colaboradores o trabajadores viene de la capacidad de su líder de subrayar su contribución, de que se perciba el esfuerzo, fomentar sus capacidades de sentirse verdaderamente parte de un proyecto común.
El directivo con calidad humana, con ética personal, estaría siendo coherente con lo que se quiere decir y con lo que se quiere hacer, dando ejemplo en lo profesional y personal. En contrapartida, las consecuencias de errores de comportamiento ético tendrán mucha más importancia que errores técnicos debido a la pérdida de confianza que originaría en el grupo.
Por tanto podríamos hablar de un liderazgo que tendría en cuenta la ejemplaridad dado que las personas que integran la dirección de la empresa cumplen una doble función, representativa y de responsabilidad, de aquí que hablemos de ejemplaridad en cuanto que no sólo deben planificar, organizar y controlar, sino que dentro de su visión se requiere un compromiso mayor que al resto de personas en la organización.
Este compromiso voluntario, más allá de códigos deontológicos, es el elemento integrador de los principios éticos en la empresa. El directivo como persona de responsabilidad sirve de ejemplo a los demás en el cumplimiento de normas, en la asunción de compromisos y en la transmisión de valores al resto de miembros de la empresa, de esta forma de convierte en referente de compromiso y generará confianza entre las personas implicadas en el proyecto empresarial.
[1] Guillen Parra, M. (2006): Ética en las organizaciones. Construyendo confianza. Pearson – Prentice Hall. Madrid. pp. 183-199.